"A pesar de que en algunos mortales afortunados, poesía y pensamiento hayan podido darse al mismo tiempo y paralelamente, a pesar de que en otros más afortunados todavía, poesía y pensamiento hayan podido trabarse en una sola forma expresiva, la verdad es que pensamiento y poesía se enfrentan con toda gravedad a lo largo de nuestra cultura. Cada una de ellas quiere para sí eternamente el alma donde anida. Y su doble tirón puede ser la causa de algunas vocaciones malogradas y de mucha angustia sin término anegada en la esterilidad.
Pero hay otro motivo más decisivo de que no podamos abandonar el tema y es que hoy poesía y pensamiento se nos aparecen como dos formas insuficientes; y se nos antojan dos mitades del hombre: el filósofo y el poeta. No se encuentra el hombre entero en la filosofía; no se encuentra la totalidad de lo humano en la poesía. En la poesía encontramos directamente al hombre concreto, individual. En la filosofía al hombre en su historia universal, en su querer ser. La poesía es encuentro, don, hallazgo por gracia. La filosofía busca, requerimiento guiado por un método".
(María Zambrano, Filosofía y poesía)
"Así, al ahondar hacia el centro de ese enigma que es lo otro de lo que se es, lo desconocido, la muerte —y con ella el nacimiento, la génesis—, el poeta se entrega a la ebriedad y se carga «con una carga, es cierto, que no comprende. Por eso, la tiene que expresar, por eso tiene que hablar “sin saber lo que dice”, según le reprochan. Y su gloria está en no saberlo, porque, con ello, se revela que es muy superior a un entendimiento humano la palabra que de su boca sale; con ello nos muestra que es más que humano, lo que en su cuerpo habita».
De modo que el poeta, al igual que el fiel de Orfeo y de Dioniso, se entrega al proceso de salir de sí mismo para dejar espacio y que eso desconocido se encarne en él; «místico» o «maldito» llega a alcanzar lo mismo (y María Zambrano remite a Délires II, de Rimbaud, en Filosofía y poesía): expresar lo inexpresable. La palabra que sale de la boca del poeta es, pues, una palabra (a veces enigmática) portadora de un saber ignorado, que brota de pronto en su voz, empleando el vehículo que le es propicio porque conecta con la génesis. Por ello es en el aliento y en el ritmo donde toma cuerpo. Y en ese tomar cuerpo se sitúa en el tiempo primordial, el tiempo de la unidad, porque ese aliento es el mismo atman de los hindúes, que dice el Brihadáranyaka Upanishad, «cuando respira, es llamado aliento; cuando habla, voz; cuando ve, vista; cuando oye, oído; cuando piensa, mente». Y también es «Aquel ser hecho de conciencia y que existe en los alientos, luz interior del corazón. Él recorre ambos mundos, siempre igual a sí mismo. Parece que piensa, parece que se agita, pues, convirtiéndose en sueño, trasciende este mundo y las formas de la muerte».”?) No en vano el dios hindú Shiva, en su danza de creación y destrucción, lleva en una de sus múltiples manos el tambor de la primera palabra, símbolo de la creación por el sonido —la vibración, el ritmo— (y en otra, por cierto, el fuego devorador). María Zambrano opina también que en el origen del arte se halla el ritmo; en Por qué se escribe, dice: «La creación humana, cuyo primer secreto descubrimiento en la aurora de la historia, tal vez, sea el del ritmo...,. El poeta, pues, se entrega a ese ritmo que se asienta en él cuando él «sale de sí», y a través de su propia respiración se hace uno con el ritmo del cosmos".
(Clara Janés, María Zambrano. Desde la sombra llameante)
LA POESÍA es algo que viene de antes y que es de después. Y quizás sólo exista para dar testimonio de esa extraña confluencia entre dos magnitudes en discordia, entre dos confines; para designar la presencia de algo que desaparece y de algo que aparece, de algo que muere y de algo que comienza. Y por eso, la única medida que poseemos para reconocerla es ese sentimiento extraño, contradictorio, que mezcla melancolía y esperanza, plenitud e impotencia, tristeza por algo que ya se ha ido y alegría por algo que parece llegar. Probablemente es ese sentimiento que la poesía alumbra en nosotros y que denominamos la belleza lo más cerca que el hombre puede estar de aquello que desconoce, de aquello que le sobrepasa.
(José Mateos, Un pensamiento sin máscara)